jueves, 14 de diciembre de 2006

LOS HABITANTES PREHISPANICOS DE SANTIAGO


El hallazgo de abundantes fragmentos de cerámica oscura, algunos incisos y otros de decoración con hierro oligisto, en las excavaciones del área central de la ciudad de Santiago, muestra la presencia de ocupaciones de comunidades humanas que se remontan alrededor de los 300 a. C. Ellas corresponden a grupos de gran movilidad y adaptación multiecológica denominados arqueológicamente como Tradición Bato[1], pertenecientes al periodo denominado agroalfarero temprano. Sus prácticas funerarias son coincidentes con los rasgos que presentó el enterratorio primario de un infante entre las calle Monjitas y Mac-Iver. Su presumible asociación a un mortero elaborado en piedra roja procedente del cerro San Cristóbal, indica experiencia en la práctica económica de la recolección vegetal en áreas aledañas.

Del mismo modo se registró evidencias cerámicas correspondientes a comunidades del periodo agroalfarero intermedio tardío de Chile Central, denominado arqueológicamente como Complejo Cultural Aconcagua[2], datado hacia el año 1.000 d. C. para la zona del Arrayán[3], como también en contextos adscritos al mismo periodo en la zona precordillerana de Pirque y río Clarillo[4]. Su indicador más diagnóstico es la cerámica con decoración negro, rojo y/o blanco sobre salmón, además de un tipo de cerámica roja engobada de características finas. La presencia de la cerámica negro sobre salmón se presume un indicador del esquema de desarrollo expansivo[5] de esta unidad cultural, desde el área limítrofe del Norte semiárido hacia el llano centro-Sur y la precordillera, como una ”...lenta pero constante penetración en los cajones cordilleranos de los ríos Mapocho y Maipo por parte de los grupos aconcagua...”[6], mostrando en este proceso una relación con grupos locales de étnicidad aparentemente diversa y de tradición cazadora-recolectora evidenciada en ocupaciones agroalfareras tempranas y en el sitio Caletón Los Queltehues[7].

La habitación del área central de la cuenca Maipo-Mapocho presenta características policulturales y multiétnicas, fundamentalmente por la coexistencia de grupos de diversas tradiciones culturales que coparticiparon de espacios ecológicos en los cuales fundamentaron su economía. Un mayor énfasis o especialización en algún ámbito ecogeográfico por estas comunidades, definió su proximidad a alguna tradición cultural. La arqueóloga Jaqueline Madrid caracterizó a los habitantes del valle superior del río Maipo como un grupo de “...cazadores recolectores superiores que mantienen un contexto ergológico idéntico, sin discordancias culturales hasta contemporaneizar con un periodo agroalfarero tardío (cerámica incaica) y con elementos coloniales y/o modernos como fierro, latones y vidrio. No utilizaron técnicas agrícolas, ni siquiera rudimentarias ya que por ahora no tenemos evidencias de cultígenos, ni otros elementos arqueológicos fuera de la caza y recolección. // Nuestras evidencias nos indican que tampoco integraron las poblaciones locales que, aparentemente practicaban las técnicas agrícolas (Los Chacayes, El Alfalfal, El Canelo, etc)...[8]. Esta interpretación no solo vincula a los cazadores andinos a la antigua tradición arcaica de Chile Central, también les proporciona un caracter de tradición perenne que convive con los diversos grupos entre el agroalfarero intermedio, el tardío, hasta alcanzar los tiempos históricos. Del mismo modo, sostuvieron un intenso intercambio cultural con los grupos agrocerámicos tardíos incorporados al Tawantinsuyu, panorama que describen las crónicas hispanas.

Aunque el Complejo Cultural Aconcagua se caracterice arqueológicamente como un grupo de tradición agrícola, más ligada al fondo de valles y al área de la Depresión Intermedia, el registro de restos cerámicos y líticos que les son adscritos muestran su presencia tanto en el valle como en el área precordillerana, y acusa una estrategia de acceso a espacios diferenciados biogeográficamente, conformando un patrón que apunta a un uso simultáneo de la mayor diversidad ecológica posible, lo que posibilitó una economía de alta complementaridad, sostenida por la práctica intensa de la caza-recolección.

En este esquema, la práctica caza-recolección se presenta como un rasgo cultural-tecnológico no excluyente de grupos de tradición agrícola. Más bien, parece vinculante con grupos más allegados a la tradición arcaica andina[9], por su exitosa adaptación y especialización económica.

El caracter santiaguino fundamentalmente cordillerano nos impulsa a otorgarle una mayor importancia a las tradiciones cordilleranas y su vínculo con el valle. El cronista Bibar describe con gran verosimilitud estos grupos mediante su referencia a los Puelches, cazadores-recolectores del área andina meridional: “Dentro d esta cordillera a quinze y a veynte leguas ay vnos valles donde abita vna gente, los quales se llaman " puelches" y son pocos. Avra en vna parçialidad quinze y veynte y treynta yndios. Esta gente no syenbra. Sustentase de caça que ay en / aquestos valles. Ay muchos guanacos y leones y tigres y zorros y venados pequeños y vnos gatos monteses y aves de muchas maneras. Y de toda esta caça y monteria se mantienen que la matan con sus armas, que son arco y flechas[10]. Para el cronista no pasa inadvertido su modo de asentamiento, diverso al de los grupos de los valles precordilleranos y el llano, comentando “...sus casas son quatro palos y d estos pellejos son las coberturas de las casa. No tienen asyento çierto, / ni abitaçion, que vnas vezes se meten a vn cabo y otros tienpos a otro[11].

También Bibar comenta sobre la coexistencia y el intercambio cultural entre cordillera y llano, panorama que puede representar a Chile Central, en tanto los habitantes cordilleranos; son “... gente velicosa y guerreros, y dada a ladroniçios, y no dexarán las armas de la mano a ninguna cosa que hagan. Son muy grandes flecheros, y avnque esten en la cama an de tener el arco cabe sý. Estos baxan a los llanos a contratar con la gente d ellos en çierto tienpo del año, / porque señalado este tienpo - qu es por hebrero hasta en fin de março qu estan derretidas las nieves, y pueden salir, qu es al fin del verano en esta tierra, porque por abril entra el ynvierno, y por eso se buelven en fin de março - rrescatan con esta gente de los llanos. Cada parçialidad sale al valle que cae donde tiene sus / conoçidos y amigos, y huelganse este tienpo con ellos. Y traen de aquellas mantas que llaman "llunques" y tanbien traen plumas de abestruzes. Y de que se buelven llevan mayz y comida de los tratos que tienen[12].

Según el cronista Bibar los habitantes de la alta cordillera se movilizan en los meses estivales los fondos de valles motivados por los logros de relaciones interétnicas de convivencia e intercambio. Fundamentalmente, este antecedente indica la relación entre grupos con tradiciones económicas diversas que acusan vínculos parentales con las comunidades de tradición agrocerámica de fondo de valle. Los estudios etnohistóricos muestran un desarrollo compartido de las prácticas agrícolas y las actividades suplementarias[13], lo que le proporciona certidumbre al bosquejo que hemos realizado.

Esta cuestión de la coexistencia de diversas tradiciones culturales nos muestra que los habitantes prehispánicos de la cuenca de Santiago aprovechaban su diversidad ecológica, desplazándose estacionalmente y dinamizando su red de vínculos intergrupales. Aún cuando parece haber predominado la etnía mapuche en el área central[14], los datos etnohistóricos describen diversos actores culturales y economías de amplia diversificación y complementariedad, basada en la agricultura y en un énfasis relevante en la caza-recolección terrestre[15].

La situación de las comunidades indígenas en el llano correspondió a grupos agrícolas con habitaciones descritas por los españoles como rancheríos precarios, caracter que el trabajo etnohistórico a denominado como “habitaciones livianas”, indicadoras de un patrón de asentamiento que posibilita el acceso estacional a diversos recursos disponibles en diferentes ámbitos[16]. No obstante, los grupos del límite Norte del llano mostraron una economía de importantes logros tecnológicos.[17] Rubén Stehberg registró en Huechún un patrón de ocupa­ción definido por sitios habitacionales, aleros rocosos, y acequias de regadío que describían áreas de espacios productivos agrícolas, con lo que se evidenció en momentos preincaicos “...la existencia de comunidades hidroagríco­las..."[18], de basta esperiencia etnocientífica en el manejo de los recursos hídricos de sus espacios productivos.

Progresivamente, las comunidades del llano y la precordillera santiaguina mostraron cambios en sus rasgos culturales materiales que hoy constituyen su fisonomía arqueológica. La cerámica Aconcagua de tipo negro sobre salmón, se acompañó de más colorido y dinamismo por la irrupción de elementos estilísticos procedentes del Norte semiárido[19]; influjo sostenido desde el agroalfarero medio del Norte Chico, desde las comunidades agrícolas Diaguitas.

Los grupos humanos que constituyen al Complejo Cultural Aconcagua alcanzan importantes logros adaptativos, concretando su presencia en diversos espacios ecogeográficos en los ámbitos precordillerano, de valles y costa, concentrándose en este último en las márgenes y desembocadura de ríos donde desarrollaron una economía de recolec­ción marina con el objeto de obtener excedentes para abasteci­miento e intercambio con el interior.[20] Articularon de este modo, un complejo sistema de asentamiento disperso[21], tendiente a la explotación de nichos ecológicos litorales, de valles e interfluvios, alcanzando una economía de caracter agromarítima-cazadora recolectora.

Para sus investigadores, la cerámica Aconcagua comenzó a acusar diversos rasgos en su distribución regional y significados de sus elementos estilísticos diagnósticos, consignando su centro de irradiación en el valle del río Aconcagua[22]. Esta misma cuestión se vislumbraba en diferenciaciones regionales observadas en el emblemático motivo del "trinacrio", mostrando una aparente oposición entre las cuencas Maipo‑Mapocho con la del río Aconcagua discriminada básica­mente por la orientación de este motivo: izquierda‑combinada para Maipo‑Mapocho y derecha para Aconcagua.

LA PRESENCIA DEL TAWANTINSUYU EN SANTIAGO

Desde la década de los setenta la Etnohistoria contribuyó a formar un panorama de la sociedad indígena del área central de gran verosimilitud gracias a la expansión del paradigma murriano en los estudios andinos. Se propuso que la organización política de las comunidades locales, antes y durante la influencia del Tawantinsuyu, fue de caracter señorial, territorialmente delimitada y de tipo dual[23]. Aún no hay datos documentales y arqueológicos suficientes que avalen esta propuesta.

La presencia más fuerte de grupos del Norte Chico mediatizados por el Tawantinsuyu contribuyó al lento retroceso de elementos de cohesión de tipo estilísticos en la cerámica Aconcagua. No obstante, no todos los rasgos de unidad cultural expresados en la cerámica eran predominantes en las comunidades Aconcagua de la cuenca de Santiago[24]. Estas diferencias regionales podrían haber jugado a favor de la presencia Inka, la que impuso un nuevo panorama cultural y político en los habitantes de Chile Central mediante la ordenación productiva y el contacto con diversos grupos culturales y étnicos que el Tawantinsuyu movilizó a estos territorios meridionales como vehículos de difusión y persuación cultural.

Parece convincente proyectar que una estrategia efec­tiva de inducción a la incorporación de las comunidades locales Aconcagua a la superestructura adminis­trativa del Tawantinsuyu fue mediante el fomento de las relaciones y contactos con pueblos con referentes étnicos y culturales similares que ya participaban de lo que denominamos "panorama inkaico". Así se explica la presencia de mitimaes Diaguitas en los valles de Aconcagua y la presencia de grupos del área cuyana en la cuenca de Santiago. El mismo esquema de mitimaes Diaguitas, pero esta vez para efectuar la ocupación del Norte de Mendoza fue registrado arqueológicamente[25], vinculando el proceso de la vertiente oriental andina con la situación de expansión hacia Chile Central. Los hallazgos en la cuenca de Santiago nos muestran una relación con los grupos Huarpes del área cuyana y sus contingentes trasladados a la vertiente occidental andina. Ellos ya disponían de autoridades políticas con las cuales el Tawantinsuyu logró obtener acuerdos para administrar la población y manejar las energías productivas locales[26], para finalmente embarcarse en su empresa a Chile con el fin de hacer efectiva su dominación.

La presencia del Tawantinsuyu en la cuenca de Santiago no solo propuso nuevos estándares estílísticos a los artesanos locales, también impuso nuevos conceptos en la ordenación del territorio expresado fundamentalmente en el sistema de urbanización[27] y distribución de las fuerzas productivas en la esfera de la actividad minera y metalúrgica[28]. Para Stehberg el análisis arquitectónico-arqueológico de sitios adscribe una importante cantidad de establecimientos como pucaráes, tambos, adoratorios, sistema camine­ro, poblados, adecuación de terrenos para cultivos y cementerios, a un “horizonte inca”[29], que acusa la incorporación de esta área al Estado Inka.

Los hallazgos más diagnósticos de la situación del Tawantinsuyu son el cementerio inkaico de La Reina[30] , además del conjunto de santuarios de alturas hallados en territorio chileno y argentino con restos humanos momificados, ofrendas y construcciones arquitectónicas[31]. Se agregan, como lo adelantamos, el registro de fortalezas atribuidas a su ocupación[32], las que constituyeron un elemento trascendente en la discusión sobre la frontera meridional del incanato. Ellas habrían conformado hitos delimitadores de tipo fronterizo. Entre los aspectos a los que más se ha atendido es al desarrollo de la red caminera y su sistema de tambos, obras que acusan un trabajo sistemáti­co de urbanización en el territorio que podría significar un interés sostenido de integración de esta región periférica[33] al Tawantinsuyu.

La información documental del siglo XVI y XVII ubica el acceso al área meridional andina de la cultura inka y sus esfuerzos conquistadores aproximada­mente entre los años 1460‑1480, durante la hegemonía de Topa Inca Yupanqui, consignandolo así los estudios de Rowe[34]. En este contexto, el extremo Norte de Chile habría sido dominado en forma indirecta a través del acceso de grupos circunlacustres altiplánicos hacia tierras bajas de valles costeros[35], en tanto la región compren­dida entre los ríos Copiapó y Choapa recibió incursiones directas de las fuerzas incaicas desde la vertiente oriental andina.

De este modo, las influencias estilísticas y morfológicas de la cerámica de área de Chile Central diversas a las expresiones del Complejo Cultural Aconcagua fueron mediatizadas por grupos Diaguitas, al mismo tiempo en que los vínculos con los grupos huárpidos del área cuyana dinamizaban sus contactos con la vertiente occidental andina, particularmente con las cuencas del Mapocho, Maipo y Cachapoal. Llegaron a la cuenca Maipo-Mapocho grupos humanos que dejaron su impronta en restos cerámicos de adscripción Diaguita y tipo Viluco–Inka; los primeros aportando al cambio de la cerámica nomócrona y negro sobre salmón Aconcagua hacia el polícromo y formas estilísticas inka-Diaguita, y los segundos gatillando una reformulación de estilos decorativos trasandinos que toman formas y elementos decorativos inkas y Aconcagua-inka.

Por su parte, la denominada Cultura Viluco, caracterizada como una unidad arqueológica de origen cuyano que desde sus orígenes se muestra vinculada a la cerámica Sanagasta y Aconcagua, esta última con fechados de 970 d. C. en el Valle de Atuel[36], recibió una cuantiosa impronta inkaica que fue descrita por la arqueología de la primera mitad del siglo XX solo en contextos hispano-indígena[37], situación en la que se vislumbró un proceso de etnogénesis[38]. No obstante, diversos hallazgos adscritos a contextos prehispánicos de cerámica huarpe en la vertiente occidental andina, agregada la cerámica registrada en el centro de Santiago, conforman un panorama de contactos culturales prehispanicos huarpes con la cuenca de Maipo-Mapocho.

Así, el caracter más distintivo de todo sitio arqueológico inkaico es su evidencia de policulturalidad expresada en la variabilidad de formas y decoraciones de la cerámica. Esto puede indicarnos que existió durante la expansión de la hegemonía del Tawantinsuyu un dinámico movimiento de grupos étnico-culturales. La frontera inka se presenta como un escenario cambiante en que su límite fue humano, eminentemente cultural, más que militar y estratégico.

La ausencia del ordenamiento productivo, la administración del trabajo y sistemas de bodegaje de caracter andino nos indica que la economía local de alta complementaridad fue sostenida en el tiempo Así la presencia inkaica no modificó sustancialmente el patrón de asentamiento local. El interés en el área la cuenca de Santiago de parte del Tawantinsuyu, se expresa en los diesiocho cementerios, seis fortalezas, dos tambos y dos puentes, cuatro dorato­rios, dos poblados y tres acequias registradas arqueológica y/o documentalmente. A las comunidades inka-diaguita-locales asentadas en Colina, Quilicura, La Reina, Macul, Quinta Normal, Marcoleta, El Asiento de Maipo, Pirque, Tango, Angostura de Paine y Chena, se agrega las evidenciadas en la Plaza de Armas y Plaza Santa Teresa (Iglesia Santa Ana) de Santiago. Ellas apuntan a que la cuenca de Santiago recibió abundante poblamiento de contingentes de trabajos orientados hacia la producción, la recolección y el trabajo minero-metalúrgico en calidad de "mitmakunas" Diaguitas o Huarpe, junto con las poblaciones locales Aconcagua bajo la adminis­tración de las autoridades incaicas y locales.

Los restos diagnósticos cerámicos muestran una dialéctica cultural en que los diversos grupos culturales expresan sus acervos. Por sobre la cerámica tipo de cada grupo (Diaguitas, Aconcagua, Huarpe) se encuentran los elementos incaicos que actúan como una " cerámica que juega un papel de legitimización de la cultura dominante por medio de la estandari­zación de componentes simbólicos de los diseños"[39]. Los elementos de estandarización juegan un papel de identificación de cierta cohesión social, política o ideológica, a modo de algún tipo de autore­ferente que expresa la confirmación de elementos ideacionales respecto de cánones o principios de organización local presentes desde el agroal­farero temprano tanto para el Norte Chico como para Chile Central. Evidencias recogidas en cementerios inka-local de Quilicura muestran que en su decoración "reiteran a la dualidad y la cuatripartición como principio subyacente a la organización de las culturas Andinas en el tiempo del Imperio Inca "[40].

La cuenca de Santiago en tiempos del Tawantinsuyu fue un escenario al que llegaron grupos el Norte verde y de la vertiente oriental andina bajo el esquema organizativo social y cultural inkaico[41]. La expansión de la cerámica muestra este proceso en toda la extensión de la cuenca, de lo que presumimos que las comunidades humanas distribuidas en este escenario geográfico fueron envueltas en una estrategia cultural fundamentada en la coexistencia, y una activa y permanente dialéctica cultural que se expresó en su dimensión material.

La expansión de la epidemia postcolombina[42] de tabardillo hacia la América meridional andina, que alcanzó inclusive el área central de Chile, junto a la guerra étnica de sucesión entre panakas reales y la posterior llegada de los españoles al Cuzco, constituyeron a las fluctuaciones de la hegemonía inka. Las atrocidades cometidas por Diego de Almagro[43] y sus hombres en 1536 debieron calar hondo en la percepción de los hombres hispanos en los indígenas. Esta imagen fue la que enfrentó Valdivia a su llegada y debe ser considerada como un antecedente gravitante en la rebelión de Michimalonco y los hechos de su anterior confrontación con el kuraca inkaico Quilicanta.


[1] Fernanda Falabella y Rubén Stehberg “Los Inicios del Desarrollo Agrícola y Alfarero: Zona Central (300 a.C. a 900 d.C.)”. Culturas de Chile. Prehistoria, Desde sus Orígenes Hasta los Albores de la Conquista. Editorial Andrés Bello. Segunda edición, 1993. Págs. 295-310.

[2] Eliana Durán y Mauricio Massone "Hacia una Definición del Complejo Cultural Aconcagua y sus Tipos Cerámicos". Actas del VII Congreso de Arqueología de Chile. Tomo I. Págs. 243‑246. Altos de Vilches. 1979.

[3] Rubén Stehberg y K. Fox “Excavaciones Arqueológicas en el Alero Rocoso de Los Llanos. Interior del Arrayán, Provincia de Santiago”. Actas del VII Congreso Nacional de Arqueología de Chile. Altos de Vilches. Vol. I. Pág. 217-241. 1977.

[4] Angel Cabeza y Patricio Tudela. Reseña Histórica y Cultural de Pique y Río Clarillo. Conaf e Ilustre Municipalidad de Pirque. Santiago. 1985.

[5] Rodrigo Sánchez y Mauricio Massone. Cultura Aconcagua. Colección Imagenes del Patrimonio. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. 1995.

[6] Angel Cabeza. El Santuario de Altura Inca Cerro El Plomo. Tesis de Grado, Facultad de C. Sociales, Universidad de Chile. 1986.

[7] Jacquelin Madrid. “Ocupación Indigena en el Valle Superior del río Maipo”.Boletín de Prehistoria de Chile N° 7-8. Dpto. de Cs. Antropológicas y Arqueológicas. Universidad de Chile. Págs. 171-186. 1974.

[8] Ibíd. Págs. 176-177.

[9] Miguel Angel Saavedra; Luis Cornejo; F.J.Arnello “Investigaciones en la Precordillera de la Cuenca de Santiago. Actas del XI Congreso Nacional de Arqueología Chilena. Tomo III Comunicaciones. Págs. 131-136.

[10] Jerónimo de Bibar. Cronica y Relación Copiosa y Verdadera de los Reinos de Chile. 1979 [1558]. Edición de Leopoldo Sarez‑Godoy. Colloquium Verlag Berlin. Pág. 163.

[11] Ibíd. Pág. 163.

[12] Ibíd. Pág. 163-164.

[13] Jorge Hidalgo. Culturas Protohistóricas del Norte de Chile. El testimonio de los Cronistas. Departamento de Historia. Facultad de Filosofía y Educación, Universidad de Chile. Editorial Universitaria. Santiago‑Chile. 1972.

[14] Osvaldo Silva propone la hipótesis del predominio de la etnía mapuche en toda la extensión comprendida desde el seno de Reloncaví hasta el área del río Choapa. Sus diferencias se encontrarían en el énfasis económico agrícola. Del mismo modo, hacia el Sur, los espacios ecogeográficos determinarían las prácticas económicas, bosquejándose así las diferencias que acusa el registro arqueológico. En “Hacia una Redefinición de la Sociedad Mapuche en el Siglo XVI”. Cuadernos de Historia N° 14. 1994. Págs. 7-19. Dic. Departamento de Ciencias Históricas. Universidad de Chile.

[15] Alfredo Gómez y Claudia Prado. La Incidencia de la Economía Suplementaria en las Tradiciones Económico Culturales de las Sociedades Indígenas de Chile en las Mirada de Cronistas de Indias , Siglo XVI: Ambito Territorial Mapuche y Areas Ecogeográficas Limítrofes y Periféricas. Publicaciones Especiales N°2. Area de Historia y Arqueología. Ceindes. Santiago. 1999.

[16] Victoria Castro. El Asentamiento como Categoria de Análisis Siglo XVI. Area Centro Sur de Chile. (MS.) Trabajo presentado al Simposio " Las Unida­des de Análisis en el Estudio del Cambio Cultural en Arqueología". IX Congreso Nacional de Arqueología Argentina. Buenos Aires. Noviembre. 1988.

[17] Rubén Stehberg El Complejo Prehispánico Aconcagua en la Rinconada de Huechún Publicación Ocasional Nº 35, MTS.S.N.H.N. 1981.

[18] Ibíd. Pág.. 27.

[19] Eliana Durán y Mauricio Massone “Hacia una Definición del Complejo Cultural Aconcagua y sus Tipos Cerámicos". Actas del VII Congreso de Arqueología de Chile. Tomo I. pp. 243‑246. Altos de Vilches. 1979.

[20] Fernanda Falabella y María Teresa Planella. "Secuencia Cronológico‑Cultural para el Sector de Desembocadura del Rio Maipo " . Revista Chilena de Antropología. Nº 3. 1980. Págs. .87‑107.

[21] Rodrigo Sánchez y Mauricio Massone. Cultura Aconcagua. Colección Imagenes del Patrimonio. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos.1995. Pág. 22.

[22] Eliana Durán, Mauricio Massone y Cladio Massone “La Decoración Aconcagua: Algunas Consideraciones sobre el Estilo y Significado". Actas del XI Congreso Nacional de Arqueología Chilena. Tomo I 1991. Págs. 61‑ 87. Santiago de Chile.

[23] Jorge Hidalgo. Culturas Protohistóricas del Norte de Chile. El Testimonio de los Cronistas. Departamento de Historia. Facultad de Filosofía y Educación, Universidad de Chile. Editorial Universitaria. Santiago‑Chile. 1972.

[24] Mauricio Massone. Los Tipos Cerámicos del Complejo Cultural Aconcagua. Tesis de Licenciatura en Arqueología y Prehistoria. Facultad de Ciencias Humanas, Universidad de Chile. Santiago, Chile. 1978.

[25] P. Sacchero y L. García. "Una Estación Trasandina Diaguita Chilena". XI Congreso Nacional de Arqueología Chilena. Tomo III,, Págs. 61‑67. 1991. Santiago‑ Chile.

[26] Osvaldo Silva "Reflexiones sobre la Influencia Incaica en los Albores del Reino de Chile". Boletín del Museo Regional de la Araucania, Nº 4. Actas del XII Congreso Nacional de Arqueología Chilena.. Págs. .285‑292. 1991. Temuco, Chile.

[27] Rubén Stehberg. Instalaciones Incaicas en el Norte y Centro Semiárido de Chile. Colección de Antropología. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. DIBAMTS.S. Impreso en Chile. 1995.

[28] Alfredo Gómez Síntesis del Trabajo Etnohistórico y Arqueológico Respecto al problema de la Presencia Inka en Chile Central (1973 -1996): Algunos Antecedentes y breve Discusión. Publicaciones Especiales N° 1. Area de Historia y Arqueología, CEINDES. Santiago, Chile. Marzo 1999.

[29] Rubén Stehberg. Instalaciones Incaicas en el Norte y Centro Semiárido de Chile. Colección de Antropología. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana. DIBAMTS.S. Impreso en Chile. 1995. Pág. 19.

[30] Grete Mostny "Un Cementerio Incaico en Chile Central". Boletín del Museo de Historia Natural. Nº23. 1947. Santiago, Chile.

[31] Grete Mostny "La Momia de Cerro El Plomo". Boletín del Museo de Historia Natural, tomo XXVII, Nº1. 1957. Santiago, Chile. Angel Cabeza MTS.S. El Santuario de Altura Inca Cerro El Plomo. Tesis de Grado, Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. 1986. Juan Schobinger Editor “La Momia del Cerro el Toro. Investigaciones Arqueológicas en la Cordillera de la Provincia de San Juan (República de Argentina)”. Suplemento al Tomo XXI de los Anales de Arqueología y Etnología. Argentina, Mendoza, 1966. y “La Monia del Aconcagua (Mendoza,Argentina). Un Nuevo Santuario de Alta Montaña Incaico en los Andes Meridionales”. Resumenes del Primer Congreso Nacional de Estudiantes de Arqueología. Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Cuyo. Mendoza, Argentina. 1992

[32] Rubén Stehberg, “Fortaleza “La Muralla”, Laguna de Tagua Tagua”. Noticiario Mensual. Año XIX, N° 219. Octubre, 1974. Págs 3-6. Museo Nacional de Historia Natural, y La Fortaleza de Chena y su Relación con la Ocupación Incaica de Chile Central. Publicación Ocasional del Museo de Historia Natural, Nº23. 1976. Santiago, Chile. María Teresa Planella; Rúbén Stehberg; Blanca Tagle; Hans Niemeyer; C. del Rio "La Fortaleza Indígena del Cerro Grande de la Compañía (Valle del Cachapoal) y su Rela­ción con el Proceso Expansivo Meridional Incaico" . Actas del XII Congreso Nacional de Arqueología Chilena. Págs. 403‑422. Tomo II. Boletín Museo Regional de la Araucanía Nº4 Temuco, Chile.1991.

[33] Mario Rivera y John Hyslop " Algunas Estrategias para el Estu dio del Camino del Inca en la Región de Santigo, Chile ". Cuadernos de Historia Nº 4. 1984. Págs. 109‑128 . Departamento de Ciencias Históricas, Universidad de Chile. Rubén Stehberg Instalaciones Incaicas en el Norte y Centro Semiárido de Chile. Colección de Antropología Nº 2. Centro de Investigaciones Diego Barros Arana, Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos. 1995.

[34] " Inca Culture at the Time of the Spanith Conquest ". en handbook of South American Indians. Vol. II Washington, USA. 1946.

[35] Agustín Llagostera, " Hipótesis sobre la Expansión Incaica en la Vertiente Occidental de Los Andes Meridiona­les". En Homenaje al Dr. Gustavo Le Paige. Universidad del Norte. Antofagasta. 1976.

[36] Lagiglia, H. I Taller Binacional Chileno Argentino: " Arqueología de la Cordillera de los Andes" 32º ‑ 39 º de Latitud Sur. Octubre 1995. Biblioteca Nacional y Museo Chileno de Arte Precolombino. Santiago, Chile.

[37] Alfred Mètraux “Contribución a la Etnología y Arqueología de la Provincia de Mendoza”. Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza. Tomo VI, Febrero. N° 15-16. 1937. Mendoza, Argentina; Salvador Canals Frau Tres Estudios de Etnología de Cuyo. Editor Librería García Santos, 1942. Mendoza, Argentina.

[38] Catalina Teresa Michieli Los Huarpes Protohistóricos. Instituto de Investigaciones Arqueológicas y Museo Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes. Universidad Nacional de San Juan. 1983.

[39] Paola González,. Diseños Cerámicos de la Fase Diaguita ‑ Inka: Estructura, Simbolismo, Color y Relaciones Culturales. Memoria para optar al titulo de Arqueólogo. Departamento de Antropología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile. 1995. Pág. 232.

[40] Ibíd. Pág. 233.

[41] Según lo ha expuesto el investigador Osvaldo Silva en "Reflexiones sobre la Influencia Incaica en los Albores del Reino de Chile". Boletín del Museo Regional de la Araucania. Nº 4. Actas del XII Congreso Nacional de Arqueología Chilena. Págs. 285‑292. 1991. Temuco, Chile.

[42] La extensión de la peste de tabardillo en las primeras décadas del siglo XVI hasta la América andina meridional pudo incidir el rápido desmoronamiento del Tawantinsuyu con la llegada de los españoles. La expansión de pestilencia y enfermedades es mencionada por Felipe Guaman Poma de Ayala en su El Primer Nueva Corónica y Buen Gobierno[1613] 1992. Edición crítica por John V. Murra y Rolena Adorno. Traducciones y análisis textual del quechua por Jorge L. Urioste. Siglo Veintiuno Editores. Tercera Edición. Impreso en México. ; y por Diego de Rosales en su Historia General del Reino de Chile, Flandes Indiano. [1670] 1989. Segunda edición revisada por Mario Góngora .Tomo I Editorial Andrés Bello. Santiago, Chile.

[43] Una descripción descarnada de las atrocidades y corridas por el territorio de Chile la encontramos en Relación del Orígen, Descendencia, Política y Gobierno de los Incas. de Hernando de Santillán. Biblioteca de Autores Españoles. Crónicas Peruanas de Interés indígena. Edición y Estudio Preliminar de Francisco Estebe Barba. Madrid, [1563] 1968. Tomo 209